Al Pie de la Letra
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¿Por qué… Por qué?
Un Tell me why... de Pablo Dinguer
¿Por qué… Por qué?

Tell me why…

Las preguntas en cualquier lado del globo. No entiendo; no sé explicarme las reacciones de la gente y aunque quiera referirme a una «ella», no puedo explicarme cierta obviedad acontecida dentro de ese habitáculo cotidiano de vida en donde los que estamos en el llano trabajoso de la existencia misma, no podemos unificar ese criterio de sabernos simples entes, tornillos de roscas universales que apretujamos piezas dentro de la maquinaria que nos concibió un vulgar lugar y que nos hizo partícipes de movernos al son de esa música funcional “tarareadora” insistente del emisor parlante.

Decíme por qué, si tanto ella, como yo, que ganamos un racimo de monedas producto de ese tallo casi petrificado en el jardín de los presentes, las ambigüedades perfectamente imperfectas en nuestro accionar, llegan a un puerto distante, irresoluto en la comunión de los mismos.

Yo escuchaba a M. Flo. M. en esa oficina plastificada de papeles y ruidos de teclados computables ese día lunes post-electoral, proclamar su beneplácito, luego de esa jornada expectante de urnas y votos con vencidos y vencedores todavía “regurgitador” del estomacal revoltijo de papeletas y candidatos apoyadores de culos en asientos parlamentarios.

Ella -M. Flo. M.- me vio entrar a su oficina y lo primero que hizo fue sonreírse en mi cara con cierto grado de… supremacía chispeante y envalentonada de… no sé muy bien  qué, pero muy conforme en su dicharachera actitud de plenipotenciaria ministra de alguna corte o… lo que resultaba lo mismo, un simple asiento esponjoso tras ese escritorio, bajo esa luz enceguecedora de mediocridad ambiental.

Había ganado su candidato favorito a senador, y también había resultado triunfante su otra candidata, mujer plastificada de rojos labios que resultaba toda tapa de diarios y revistas en ese día lunes tan lagañoso a esa hora nueve en el epicentro de la ciudad.

El día radiante como sus bonitos dientes que daban paso a su frescura palabrera de punzantes dichos irónicos hacia mi persona. Sin imágenes de ningún tipo parecía ser un simple partido de fútbol en el cual uno de los dos equipos disputadores del encuentro, había hecho unos cuantos goles y los cánticos de la tribuna hincha del mismo, se las ingeniaba para alardear y cargar y fastidiar al contrario equipo que deambulaba por ese césped gastado de vacíos aciertos a la hora de ese gol anhelado en el arco rival.

Ella –M. Flo. M.- acomodaba sus pilones informativos de papeles sobre ese escritorio y su jefe que le hablaba de números, estadísticas y necesidades laborales mientras ella se hacía resquicios segunderos para tomar nota de los mismos, pero también, no perder ese hálito espontáneo de zumbidos de su mosca indisimulable hacia mi dispersa persona.

M. Flo. M. estaba contenta y hablaba en voz alta con sus otras compañeras de escritorios a la marchanta rociados por ese gran piso 19 de la torre 25 de Puerto Madero. M. Flo. M. tiene un sueldo aproximado de seiscientos washingtones mensuales y cuchichea a los cuatro vientos de aires acondicionados que este verano que se avecina, se irá de vacaciones… a esos lugares de arenas blancas y cocos colgados de árboles fruteros como globos de una perfecta fiesta a la cual, obviamente, ha sido inobjetablemente invitada. Ella ríe y se le nota el estar por demás contenta; su candidato favorito de camisa y corbata y su otra candidata también, de vestidos floreados, han cumplimentado ese elixir de su regodienta vida y ella sigue allí, saltando y cantando sobre esa tribuna triunfante del equipo que la enorgullece y gana la partida. El triunfo parece ser completo, la vida le sonríe y actúa en consecuencia. Pero no; el jefe, que no es el inmediato superior, si no el jefe máximo de todo ese piso empresarial, la ha mandado a llamar y se encierran en su despacho por… no más de…cinco o diez minutos y le dice con la sinceridad que lo caracteriza que… debido a políticas de racionamiento y reacomodamiento ineludibles y empresariales y que, ambientadas en los tiempos de crisis que corren en el país, sus servicios, a partir de ese momento, han caducado… Sin otro particular –concluye- le desea mucha suerte y éxitos en su futura vida.

M. Flo. M. salió de la gran oficina con la mirada perdida, guardando sus cosas no ya en ese escritorio que la vio experimentar –primero-, crecer –luego-, arraigar –después-, planificar y proyectar en su actualidad reciente; finalmente, hacer a un lado, su jolgorio de cánticos tribuneros que la tenía como uno de sus principales protagonistas envalentonados de triunfalismo.

Supe por terceros, tiempo después, que seguía sin laburo, viviendo con los padres. Ayer, imprevistamente, en una esporádica recorrida con mi moto por el cercano gran Buenos Aires, paré en un ignoto kiosquito a comprar cigarrillos… Y allí la vi, tras ese mostrador diminuto y atestado de caramelos, chupetines y alfajores… era ella, M. Flo. M.; la vi un poco más gorda y algo desaliñada, en un principio, pareció no haberme reconocido, aunque después de unos instantes y ante mi mirada inquisidora reaccionó como aliviando una solapada molestia: -¡Hola, cómo estás… no te había reconocido! –se incomodó en sus dichos-

Le contesté sobriamente y hasta fumé un cigarrillo delante de ella tanto como para gastar algunas palabras de contacto; ella aprovechó esos pocos minutos para decir-decirme, algo así como evitar u olvidar chicaneos de aquellos entonces, finalmente trató de desahogarse en su mar de dudas que todavía, le impedía el respirar normalmente, luego preguntó al aire, como un voleo disparado al mismo y a quien quisiese escucharla aunque solamente mi persona estuviese allí: -¿Sabés que siempre, pero siempre –eh- le cumplí a mi jefe con el laburo, hasta hubo montones de veces que me quedé después de hora, nunca me quejé… y después… No sé, no sé ni nunca lo sabré… nunca me dijeron por qué, por qué? ¿Vos supiste por qué?

Mi cigarrillo se había terminado y su frase en inglés: “Tell me why” rebotaba dentro de mi cráneo… no me dio para responderle nada, sólo subí a la moto agitando mi mano de saludo indescifrable como un partido de fútbol terminado y anodino en su resultado en donde un gol a los 45 minutos del segundo tiempo deja diezmado hasta el equipo más engreído del planeta.

por Pablo Diringuer

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