Con las profundas transformaciones sociales y económicas que vive la Argentina de fines del siglo XIX, también cambian las costumbres, en particular de las clases altas, las denominadas “familias bien”. Aquella gente, que poco tiempo atrás vivía aún en la sociedad patriarcal de cuño español, abandona las viejas casas de estilo colonial, la frugalidad en la vida cotidiana y la sencillez en el trato; rasgo distintivo de las familias poderosas de la vieja sociedad porteña.
Junto con la inserción de nuestro país en el mercado mundial como potencia agro exportadora, las fortunas de aquellos terratenientes se multiplican, se invierten en la bolsa, en nuevas tierras; el auge económico parece eterno para aquellos que son los dueños de la tierra y que además extienden sus dominios a otros rubros de la economía, vía asociaciones o consumando matrimonios de conveniencia.
Expresión de aquellas “familias bien”, es la denominada Generación del Ochenta. Apellidos que hicieron historia como Roca, Mansilla, Pellegrini, Cambaceres, conformaron además del círculo de poder en la Argentina, un bloque social que imponía modas, tendencias, estilos de vida. Gente decidida a disfrutar de la vida, a gastar dinero a manos llenas, a vivir en palacios dignos de reyes; a descreer de todo aquello que se opusiera al “buen vivir”. En las familias germinaron entonces, los “niños bien”.
Se trataba de muchachos elegantes, con “mucho mundo”, ya que los viajes a Europa y las institutrices francesas o inglesas eran parte fundamental de su educación.
Las fiestas rumbosas que organizaban sus pares empalidecían sin la presencia de algunos de aquellos que en la naciente clase media y en el pobrerío del arrabal, ya se los llamaba “cajetillas”. El “niño bien” tenía un largo período de jolgorio, matizado por el cabaret, los viajes a Europa, las temporadas en la estancia familiar, los escándalos con actrices o cupletistas de moda y el paso a desgano por alguna facultad para obtener un título que justificara tanto ocio y que nunca necesitaría para vivir.
Pero a su pesar, los muchachos maduraban y se convertían en abogados, estancieros, rentistas; dejando lugar a nuevas camadas de “niños bien”.
Algunos de aquellos aristócratas criollos, se llamaban Lucio Mansilla, Miguel Cané, Eugenio Cambaceres. Una tanda posterior fue representada por el Barón Demarchi, El Payo Roqué, Jorge Newbery (una excepción a la regla, ya que trabajó siempre y fue un brillante ingeniero, funcionario y deportista) y Ricardo Güiraldes.
Pero los legítimos “niños bien”, tuvieron pronto sus imitadores: una zaga de arribistas y busca vidas se mimetizó con los cajetillas y compitió con ellos en los salones de París al compás de un buen tango. El mayor “berretín” de aquellos impostores, era seducir a alguna rica heredera o integrante de la nobleza europea y “pararse” para siempre. Otros menos afortunados, probaban suerte en Buenos Aires, paseando su estampa distinguida por la calle Florida o en el Jockey Club, fraguando una historia familiar rica en estancias, apellidos patricios y otros engaños. En no pocos casos, debían ocultar el apellido ruso o italiano y guardar bajo siete llaves el domicilio; muchas veces ubicado en La Boca, Villa Crespo o La Paternal.
Estos personajes fueron ridiculizados por el tango, impiadosamente.
Pero el “niño bien”, ya se trate del auténtico o del fraudulento, fue otro personaje decisivo en la fauna porteña.
Del Libro Personajes del Tango – Roberto Bongiorno – Editorial Unilat – 2010
Niño Bien
Niño bien, pretencioso y engrupido,
que tenés el berretín de figurar;
niño bien que llevás dos apellidos
y que usás de escritorio el Petit Bar;
pelandrún que la vas de distinguido
y siempre hablás de la estancia de papá,
mientras tu viejo, pa’ ganarse el puchero,
todos los días sale a vender fainá.
Vos te creés que porque hablás de ti,
fumás tabaco inglés
paseás por Sarandí,
y te cortás las patillas a lo Rodolfo
sos un fifí.
Porque usás la corbata carmín
y allá en el Chantecler
la vas de bailarín,
y te mandás la biaba de gomina,
te creés que sos un rana
y sos un pobre gil.
Niño bien, que naciste en el suburbio
de un bulín alumbrao a querosén,
que tenés pedigrée bastante turbio
y decís que sos de familia bien,
no manyás que estás mostrando la hilacha
y al caminar con aire triunfador
se ve bien claro que tenés mucha clase
para lucirte detrás de un mostrador.
Tango – 1928
Música: Juan Antonio Collazo
Letra: Víctor Soliño / Roberto Fontaina