Buenos Aires en 1890. La ciudad ya había dejado de ser La Gran Aldea para crecer en todas direcciones y con la pretensión de convertirse en lo que alguien décadas después, calificaría como La Reina del Plata. El tranvía que todavía era a caballo, extendía sus rieles y el ferrocarril inaugura estaciones en “pueblos” que en el siglo XX, serían barrios de fuerte identidad porteña. Pero el Centro de la ciudad seguía siendo pequeño; no existía el “macrocentro”. Por lo tanto la edificación se volvía escasa a medida que tomaba distancia del casco histórico, fusionándose con un territorio impreciso, semirural. Era la Buenos Aires de extramuros; los Corrales, el arroyo Maldonado, el Palermo de cuchillo y payadores, que pintó Jorge Luis Borges. En esa suerte de puente entre el Centro y las poblaciones nacientes y alejadas, también existían los barrios con su conglomerado de comercios de cercanía y entre los que no podían faltar, los almacenes con despacho de bebidas.
Pero en paralelo a esos negocios mixtos vecinos de carbonerías y corralones, florecían también los bares o cafés dedicados con exclusividad a ese rublo.Uno de ellos fue el Café Rivadavia, abierto en Rivadavia y Rincón en el barrio de Balvanera en 1890. Una versión no comprobada, atribuye a un comisario de ese barrio haber bautizado irónicamente al Café Rivadavia como el bar de “los angelitos”; en razón de la pesada feligresía de malandras y gente de acción que lo frecuentaba. Nadie puede afirmar ni desmentir esa especie, pero más adelante sería el nombre definitivo que lo inmortalizará y a la larga, lo salvaría de la demolición y como tantos tesoros de la ciudad, pasaría a ser sólo un recuerdo.
El propietario de ese flamante café fue el italiano Batista Fazio. Se cuenta que al principio, el local tenía piso de tierra y mobiliario de madera. Luego habilitó billares, pero el conjunto daba cierta impresión de precariedad, como la mayoría de los boliches destinados a parroquianos poco exigentes. La cuestión es que el café sobrevivió y su clientela creció al ritmo de la ciudad. Entonces un dúo de cantores con su barra de amigos, se hizo habitué alrededor de 1912: Carlos Gardel y José Razzano; “El Morocho del Abasto” y “Razzano el Oriental”. Ambos allí se hicieron muy populares, ya que acostumbraban pulsar sus guitarras entonando canciones camperas para deleite de los clientes.
Pero no fueron los únicos artistas que frecuentaban el Café: Higinio Cazón, Gabino Ezeiza y José Betinotti también engrandecieron la fama de esa esquina emblemática. Betinotti está considerado el último de los grandes payadores de aquella época dorada del género.
También Osvaldo Pugliese, Cátulo Castillo, Aníbal Troilo “Pichuco” y Florencio Parravicini, fueron parte de esa partida de fieles.
No obstante, el Café no era sólo refugio de artistas, también frecuentaban sus mesas políticos como Alfredo Palacios y Juan Bautista Justo, en razón de la Casa del Pueblo que el Partido Socialista habilitó en 1927 en las inmediaciones del boliche.
De todos modos, el Café había cambiado de dueño en la década de 1920 ya que Fazio lo vendió al español Angel Salgueiro, quien cambia el nombre de “Rivadavia” por “Café de los Angelitos”.
“Café de los Angelitos
bar de Gabino y Cazón,
yo te alegré con mis gritos
en los tiempos de Carlitos
por Rivadavia y Rincón”.
Con éstos versos de Cátulo Castillo musicalizados por José Razzano, el homenaje al Café cristalizó en éste tango clásico estrenado en 1944, que despertó aún más curiosidad sobre ese verdadero templo de la bohemia porteña. Una de las versiones más prestigiosas fue realizada por la orquesta de Aníbal Troilo “Pichuco” con la voz de Alberto Marino. Con el paso de los años, “Café de los Angelitos” engrosó el repertorio de los intérpretes de ambos sexos más prestigiosos de nuestra música ciudadana.
Pero los años pasaron y los propietarios también. En la década de 1950 fue comprado por la cadena gastronómica Munich, la que mantiene el nombre de “Los Angelitos”; y así siguió funcionando con normalidad, hasta que en el año 1992 las dificultades económicas obligaron al cierre. Después de múltiples acciones emprendidas por legisladores porteños y diputados nacionales durante años, el edificio se salvó de la piqueta, pero fue necesario esperar hasta 2006 para su reconstrucción. Un año más tarde, comenzó a funcionar con un perfil temático tanguero y una decoración acorde. Cientos de fotografías de época adornan sus paredes y además del clásico café, ofrece espectáculos artísticos vinculados al “dos por cuatro”. Desde el año 2021 pertenece al Grupo de Bares Notables de la Ciudad de Buenos Aires, los que cuentan con apoyo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Para cualquier porteño nostálgico, pasar por la esquina de Rivadavia y Rincón y seguir viendo al entrañable Café de Los Angelitos en lugar de una torre de departamentos, no es poco.
Café de Los Angelitos
Yo te evoco, perdido en la vida,
y enredado en los hilos del humo,
frente a un grato recuerdo que fumo
y a esta negra porción de café.
¡Rivadavia y Rincón!… Vieja esquina
de la antigua amistad que regresa,
coqueteando su gris en la mesa que está
meditando en sus noches de ayer.
¡Café de los Angelitos!
¡Bar de Gabino y Cazón!
Yo te alegré con mis gritos
en los tiempos de Carlitos
por Rivadavia y Rincón.
¿Tras de qué sueños volaron?
¿En qué estrellas andarán?
Las voces que ayer llegaron
y pasaron, y callaron,
¿dónde están?
¿Por qué calle volverán?
Cuando llueven las noches su frio
vuelvo al mismo lugar del pasado,
y de nuevo se sienta a mi lado
Betinoti, templando la voz.
Y en el dulce rincón que era mío
su cansancio la vida bosteza,
porque nadie me llama a la mesa de ayer,
porque todo es ausencia y adiós.
Tango – 1944
Música: José Razzano / Cátulo Castillo
Letra: José Razzano / Cátulo Castillo