Burbujas, lo que se Dicen Burbujas, Eran las de Antes
Me dejo llevar por la nostalgia, la acuosa reminiscencia del sifón de vidrio me porta a la niñez. Una infancia cargada de recuerdos de vendedores ambulantes: verdulero, lechero, panadero sodero, colchonero, heladero, afilador de cuchillos, etc. que con el tiempo conocíamos por el nombre, a fuerza de verlos una o dos veces por semana por el barrio.
El sodero venía los días jueves, el cajón con seis sifones de vidrio era pesado, pero nadie le ayudaba porque era peligroso: si se caían probablemente estallaban. Estaban recubiertos de una malla metálica o plástica para evitar accidentes, aunque si la memoria no me falla o sí, también llegué a conocer los que no traían la malla e incluso también los he conocido de color verde y azul.
Era muy significativo traer a la mesa un sifón, generalmente lo hacían los mayores, a los niños poco nos dejaban acercarnos a él, era una especie de bomba doméstica que había que saber manejar con cuidado, lo mismo ocurría con la olla a presión de la cual les contaré las peripecias más adelante. Volviendo al sifón, era mágico tratar de servirse soda en un vaso. La palanca del cabezal no tenía término medio y apretarlo tenía sus decibeles, si se hacía con fuerza un chorro sonriente iba camino a mojar todo lo que se cruzara a su paso. Había que hacerlo con cuidado, e implicaba educar la propia motricidad fina. Si el sifón caía al piso era casi una tragedia, pues cientos de pequeños vidrios volaban como perdigones en el aire, y había que atajarse. Claro que el sifón también gozaba de un mundo de exquisitez hecho de agua burbujeante; la soda mezclada con granadina (el refresco más rico jamás existido) era para nosotras las niñas, y en el caso de los varones se mezclaba la soda con un chorrito de vino que hacía cosquillear hasta la imaginación.
La voz alzada del sodero era inconfundible: “soderooooooooooo, soderoooo” decía en la vereda, y entonces las amas de casa del barrio sacaban a la acera el cajón con los 6 envases vacíos para recibir los cargados. La soda era algo infaltable en cada hogar, como la leche o la harina. Y ni hablar de las primeras pizzas con harina leudante que recibían el chorro de soda para hacer la masa más esponjosa y leudada. Tal vez, retrotrayéndonos en el tiempo, la ilusión del agua con burbujas de mi niñez se parece a la gaseosa de hoy en botellita pequeña, de reconocida marca, con envase de vidrio.
El primer sifón que se inventó fue en 1775, para el agua con gaz de Seltz, fuente de la ciudad alemana de Niederselters. Otro hito que compitió con el sifón de mesa fue obra de César Drago quien creó un sifón allá por 1965 y que uno podía recargar en su casa. Mi padre era el encargado de cargarlo. Tenían su válvula de carga en la base de la botella del sifón, era peligroso porque se podía zafar la cabeza, y lastimar a alguien por la presión del gas.
Más allá de lo anecdótico, de los recuerdos y la niñez, me gusta pensar que en algún punto los sueños de los seres humanos se parecen al agua que está a la espera de las burbujas que cosquillean la mente y la imaginación, pero para que ello suceda hay que ser cuidadoso, tratarlos como al sifón de vidrio, con esmero, cuidado y alegría, hasta servirlos a la mesa de todos.