Un nombre de letras- además bohemio- adscripto a la buena vida- aparentes contradicciones- que explica- para transformarlas en coherencias- su obra prima, Jeringa, un best seller- para cuyo libro no tiene formulas precisas- ni recetas recomendables- Jorge Montes habla- de sus colegas- los que quiere- y también lo otros- sin prejuicios- mucho menos, concesiones- ahora prepara su segundo libro- sobre Gatica- uno de sus personajes más entrañablemente favoritos- lo comenta con los muchachos del Mercado Spinetto- en cuya compañía suele saborear menjunjes taberneros- otros de sus amores, el país, la literatura, los perros.
Es el exegeta mayor de la vida lumpen del arrabal y de su idioma. Un principio existencial que logro unir -¡de qué manera!-al confortable departamento decorado, las amplias bibliotecas y las alfombras interminables. Sin duda, hubiera parecido más natural el marco de aquel conventillo porteño. El mismo que evoca con indisimulado cariño. Y hasta con una extraña, inexplicable admiración. Tal vez sea más correcto decir nostalgia.
La vida de Jorge Montes, el autor de Jeringa, uno de los pocos personajes que le restar a Buenos Aires, transcurre en las antípodas de lo que fue el andar terreno de los máximos poetas lunfas. Julián Centeya, Dante A. Linyera, o Felipe Fernández “Yacaré”.
Estos habían elegido habitar una eterna bohemia, decorada con viviendas, bodegones y cafetines de mala muerte. Aquel, Jorge Montes, se desempeña como alto ejecutivo de una empresa discográfica, calienta sus noches junto al hogar a leños y recorre su living a través de mosaicos de cerámica italiana.
¿Cómo, por qué? Cómo y porqué del contraste entre escritores provenientes el arrabal. Que glosan su vivir en el mismo lenguaje lunfardo. El del reo y humilde barrio de origen. El marginado.
No creo ser el único que desde el arrabal logro avanzar hasta un vivir desahogado. Conozco muchachos de mí mismo barrio pobre, que demandaderos llegaron a capitanes de industrias.
Sin embargo acepto como raro que esta dualidad se dé en quien dedica su vida a la literatura.
Estamos con el autor de Jeringa. Un “best seller”. Con más de cincuenta mil ejemplares vendidos. Provocador de uno y mil comentarios. Fuente inagotable de polémicas.
Yo conocí mucho a Julián Centeya. Fui su amigo y compartí con él el trabajo de varias redacciones. En ciertos aspectos de nuestros respectivos espíritus, había entre nosotros una diferencia abismal. Julián era un bohemio. Un gorrión en la total acepción del término. Al que no le preocupaba pasar frio ni hambre. Yo, en cambio, siempre he sido un laburante tenaz. Con un miedo horroroso a las inclemencias del tiempo y del estómago.
Su hablar es rápido. Atropellador. Dicho siempre en tono fuerte. Aun cuando desciende al nivel de la confidencia O de la ternura.
Julián era un poeta notable, algo para lo que es necesario tener mucho talento. Yo apenas llegue a novelista. Para lo que hace falta haber vivido un poco, tener cierta sagacidad y mucho afán de trabajo. Creo que está claro por qué viendo y queriendo un mismo mundo, es posible ser totalmente diferentes.
¿Qué significaron las ventas de Jeringa en la cuenta bancaria de Jorge Montes?
Esos ingresos, sin inflamación por medio, me habrían permitido vivir un par de años dedicándome exclusivamente a elaborar nuevas novelas. Julián jamás obtuvo un centavo de sus libros. Porque la poesía para desgracia de los poetas, no es generosa en regalías.
-Hay novelistas argentinos que no pueden vivir de lo que escriben. Ni siquiera un par años.
¿Cuál es la receta para llegar a ser best seller en nuestro medio?
No sé nada de recetas, Ni creo que nadie sea dueño de fórmulas mágicas, capaces de gestar un éxito. En nuestro país se da una situación completamente opuesta a las reglas que podrían otorgarlo.
-¿Qué reglas?
Desde siempre, nuestros escritores tuvieron puestos los pies sobre la realidad de este suelo. Mármol, Lucio V. López, Sicardi. Cambaceres, Fray Mocho, Benito Lynch, Manuel Gálvez, Roberto Arlt, Álvaro Yunque, Mujica Láinez, Gómez Bas, escribieron acerca de Buenos Aires con seres y hechos que estaban afincados en lo cotidiano. En un estilo accesible a la totalidad de los lectores. Pero esas producciones no volvieron a darse más. Fueron reemplazadas por narraciones oscuras, aburridas, de comprensión difícil. O carentes por completo de talento.
¿Hay talento en su Jeringa?
Eso debería responderlo al lector. Los 50 mil que lo compraron y los que sin comprarlo lo leyeron. Seguramente se dividen a favor y en contra. Lo que yo puedo asegurarle, es que escribí mi novela impulsado por la enorme cantidad de audaces que intentaban pintar Buenos Aires con las antípodas de su lenguaje y sus costumbres. Y lo que es peor, con una total falta de síntesis y de interés.
Pero escritores actuales como Jorge Asís Medina, Gudiño Kiefer y otros también han obtenido éxito. ¿Cómo lo explica?
Por medio de aquel viejo refrán que dice: “a falta de pan, buenas son tortas”. El suceso de estos autores no puedo entenderlo. De ninguna manera. Tal vez se deba al vacío dejado por el silencio novelístico de un Mujica Laínez o un Joaquín Gómez Bas. O a la falta de promoción de figuras nuevas como Juan José Hernández, Alicia Steimbarg cuyo Músicos y Relojeros, un relato de desbordante autenticidad no paso de la primera edición-, o al silencio de Rodolfo Walsh.
¿No quedarán algunos en el tintero?
Si, la casi totalidad de las mujeres. Una nómina que encabezado con María Granata, magnifico e incuestionable ejemplo del arte de escribir. Y continuando con Marta Lynch, María Angélica Bosco, Silvina Bullrich (cuya “tercera versión” recomiendo a sus detractores de hoy), Beatriz Guido y, pese a la guerra que le hacen, a Poldy Bird.
¿Es correcto omitir a Borges y Sábato?
Borges, él también lo confiesa, no es novelista, Sábato, por quien profeso una enorme admiración, se ha reintegrado al gran público con Abadón, una real novela porteña. Y, ya puesto en la tarea de plantear reivindicaciones, estoy obligado a señalar a Marco Denevi y Luis Casulla, dos escritores brillantísimos, relegados por la intelligentzia nacional debido a su falta de militancia en los cenáculos y redacciones turiferarias Y a Adolfo Bioy Casares quien de pronto reapareció confesando que “en la Argentina suele escribirse para la historia de la literatura y no para los lectores”.
– Una gruesa suma de errores. ¿A qué se los puede atribuir?
A nuestro provincianismo. Se acepte o no. Y pese a la elefantosis de esta ciudad que se llama Buenos Aires. Nuestro espíritu y nuestras miras siguen siendo provincianas. Se intenta una “a-literatura”, como decía Claude Mauriac, sin recordar que, en materia de literatura, estamos en una pequeña aldea. A la que le faltan, por ejemplo, los sólidos cimientos de una picaresca española. O las miras de los norteamericanos, desde un premio Nobel, como Saul Bellow, hasta industriales de la literatura, como Irving Wallace, Hailey o Robbins. Todos ellos escriben para ser leídos por multitudes.
Jorge Montes, y un café a su lado, bien caliente, pueden también significar la introducción en un terreno, diríamos “a literario”. Que tenga mucho que ver con lo que usualmente se entiende como política o como economía. En este ámbito, semeja un moralista. Una especie de moderno. Moisés que, tablas en mano, grita su verdad casi con desesperación. Con la angustia de quien ama en profundidad al país y a su gente. Y aceptado o no, le duelen sus defectos, sus llagas, sus heridas.
¿Por qué en Jeringa no ejercitó ni analizó esa problemática?
Porque al novelista, si quiere interesar, no le caben las dotes de pontificador. Yo soy, y el libro así lo muestra, un defensor del arrabal y de su gente. Cuando salgo de la ficción, de la literatura, es para procurar que se les ampare. Por otra parte, creo que puedo hablar con amplitud del tema. Porque nací en un conventillo, me crie sufriendo la carencia de la más elemental, y a raves del esfuerzo y la honestidad llegué a este departamento que parece deslumbrarlo. Ese destino quiero también para ellos, para el arrabal y para su gente.
Por José Antonio Campos – La Semana – 14-07-77