Rock
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Aquellas Primeras Canciones
Contexto de LOS ORIGENES DEL ROCK EN LA ARGENTINA
Aquellas Primeras Canciones

Este articulo repasa el origen de la llamada “música beat” en la Argentina, y describe el contexto político y social que permitió aquel, por entonces, polémico nacimiento.

El 27 de julio de 1966 los argentinos se enteraron por la tevé que el gobierno de Onganía había puesto en marcha, mediante el comisario Luis Margaride y el capitán retirado Enrique Green Urien, un programa de “adecentamiento” de la moral pública. Para quienes ya tenían cierta edad, aquello no era algo totalmente novedoso- la represión argentina tenía su abolengo-, si bien nunca antes se habían sellado con precisión quirúrgica aquellas conductas que debían ser eliminadas del cuerpo social. Ahora había un inventario del mal vivir, una actualización de los edictos policiales. Incluía los besos y abrazo en las plazas, la intimidad en los hoteles de paso, las tertulias en el bar Moderno – esa debilidad de la bella gente-, exposiciones atrevidas como las del DiTella y el uso de prendas novísimas como la minifalda.

También figuraba en el índex la portación del cabello largo en los varones. Esto último estaba especialmente dirigido a los más jóvenes. Cabellos largos tenían los chicos que concentraban en la plaza Francia a invocar el amor y la paz mundial. Y afuera, en un mundo en acelerada transformación, el cabello largo remitía a los hippies, la psicodelia, las drogas y los disturbios en los campus universitarios.

En la Argentina hubo reiteradas detenciones a casusa de melenas libertarias, pero la más celebre fue la de Horacio Romeu, que en el ´68 fue encarcelado  y sometido a un corte de pelo compulsivo, con chaleco de fuerza y todo. No había dudas: la campaña moralizante era el complemento ultramontano de la intervención a las universidades. Si en un casos e buscaba desanimas al joven politizado, en el otro se apuntaba a la represión del joven indómito, acaso demasiado joven para ir a la universidad- cuando mucho cursaba las primeras materias- pero ya rebelde frente a los mandatos familiares. Macarthismo por un lado- aun sin la virulencia de una década más tarde-, defensa de un modo de vida accidental y cristiano por el otro. Aunque quizá más cristiano que occidental, ya que el “adecentamiento” iba a contramano de lo que sucedía en los países más admirados por las elites gobernantes.

Spinetta Zapando con Integrantes de Conexión N°5 y del Gúercio – Festival Pin Up 69

Al Margen
Al hablar de los comienzos del rock en la Argentina, enseguida repetimos el itinerario urbano que va de la Cueva  a la Perla del Once y que transitaron Tanguito, Moris, Pipo Lernoud y Litto Nebbia. Pero este itinerario poblado de anécdotas solo adquiere espesor histórico si se lo contextualiza y pone en perspectiva. Si se lo relaciona con as razzias de Margaride, los códigos de la nocturnidad y la prohibición de Bomarzo. Con los minutos robados a Blow Up y la censura de Nanina, la novela “obscena” de German García. Todo eso también formo parte de la “prodigiosa década del ´60” marcando así  un escenario de tensiones político -culturales.

La música beat- primera denominación para aquello que parecía totalmente desconectado de los géneros hasta entonces conocidos- nació para expresar el desconcierto y la bronca juveniles desde un lugar que no era, al menos en un sentido convencional, el de la política. Un lugar “menor” dentro de un mercado musical que crecía geométricamente a partir de los discos de Palito Ortega, Sandro y Leonardo Favio. Desde ese lugar, se manifestó una rebeldía más bien romántica contra la escuela como extensión de la educación patriótica (Ayer nomas); contra el mundo dado e impermeable al cambio (La balsa); contra la moral sexual burguesa (Muchacha ojos de papel y más tarde Catalina Bahía); cintra la metodología del accionar policial (Apremios ilegales), y así sucesivamente.

Rebelde, el tema de Moris del ´66, se erigió como el epítome de la nueva generación: “Rebelde me llama la gente/ rebelde es mi corazón/ soy libre y quieren hacerme/ esclavo de una tradición”.

En la entretela de la historia, aquellos signos de rebeldía cotidiana, de protestas con guitarra en mano sobre el cordón de la vereda o de reuniones en algún sótano mal ventilado, fueron quizá signos de oposición política. Pero lo fueron más a  la manera de Marcuse que del Che; más a la manera de la contracultura que de la guerrilla.

El primer rock argentino, el de los años 1966 y 1967, creció entonces un tanto al margen de la universidad y de los ámbitos del prestigio cultural.

Careció de referentes intelectuales argentinos – el escritor Miguel Gringberg y el editor Jorge Álvarez fueron dos excepciones- y no fue favorecido por la prensa (Primera Plana aposto a la Nueva Canción, no al rock, aunque eventualmente lo defendió). Tampoco lo ayudó mucho al nacionalismo de izquierda, siempre alerta ante la menor señal del coloniaje cultural. Mientras el folclore se potenciaba con los valores de la militancia, el rock era visto como una zona residual del mercado juvenil, allí donde miles de adolescentes eran manipulados por los sonidos alienantes que llegaban de los países centrales.

Desde una mirada más exquisita y culta, las voces que aullaban en medio de guitaras eléctricas y baterías isócronas no tenían permiso para entrar en el mundo de la buena música. La gente de jazz ponía cara condescendiente, cuando no se fastidiaba al ser desplazada de sus lugares  de encuentro por adolescentes que con tres o cuatro acordes ya escribían y componían sus propias canciones.

Por otro lado, Alberto Ginastera se puso del malhumor cuando en el foyer del Instituto Di Tella- uno de los pocos sitios donde el canto beat despertó algunas simpatías- se organizó un festival de rock. En cambio, Juan Carlos Paz se mostró favorable a la irrupción de los centauros en el laboratorio del arte contemporáneo. Sin embargo, tenemos derecho a sospechar que el viejo polemista solo buscaba incrementar el malhumor  de Ginastera, su adversario de siempre.

Por lo demás, cantar rock en castellano era considerado mersa por el agudo Landrú y poco redituable por las discografías. Claro que esto último empezó a cambiar cuando a fines del ’67, haciendo cuentas, la gerencia de la RCA descubrió que La Balsa por Los Gatos vendía bien, demasiado bien. Y entonces los productores salieron a buscar más música beat. Sin saber muy bien de qué se trataba.

Los Abuelos de la Nada – 1967

Los Abuelos, Almendra, Manal
Así en medio de decenas de conjuntos intrascendentes que alegraban bailes de fin de semana y soñaban con la fama, llegaron Los abuelos de la nada (primera época) con Diana divaga y Almendra con Tema de Pototo (para saber cómo es la soledad). Enseguida vino Manal de la mano de Jorge Álvarez, demostrando que, aunque pareciera un sacrilegio, también el blues podía cantarse en castellano, siempre que aceptara las mixturas rockeras. Pero antes de que terminaran la década, se calculaba que había conjuntos de musiva beat por todas partes, en todos los barrios de Buenos Aires y en todas las clases sociales.

Entre fines de los ´60 y comienzos de los ’70 devino, previo paso fugaz por el pop, música progresiva primero y simplemente rock unos años más tarde. (El vocablo pop volvería a usarse, pero con otra connotación).

En lo que dura un denso suspiro, la “música joven argentina” pasó de los primeros náufragos y rebeldes a la reinvención del poeta Antonin Artaud por Spinetta. Salvo un par de revistas especializadas – primero Pinap y luego Pelo- los medios,  y proyectados en ellos “la sociedad argentina”, siguieron ignorando esas canciones. O lo que era peor para los pioneros del rock: las confundieron en la categoría aséptica de la música joven iniciada unos años antes por el Club del Clan.

Un Relato de Origen
Los primeros pasos del rock argentino contienen, en su apretada secuencia, la pulsión de un deseo colectivo: el de un grupo de jóvenes – tal vez un puñado, nunca tendremos los números exactos- que quisieron ser rockeros en la Argentina. No fueron solamente rockeros, pero si lo fueron en primer término, antes que cualquier otra cosa. Se identificaron con el rock. O mejor aún: se construyeron una identidad vicaria que les exigió no solo devoción y entrega- no bastara con tocar rock, había que vivirlo-, sino que los convirtió en cofradía (no olvidamos a La cofradía de la flor solar en La Plata), engrupo de iniciados, en enterados que postularon una ética contra los condicionamientos del mercado y, a su vez, a contrapeo de los prejuicios nacionalistas.

Los cofrades se pasaban discos importados, hacían ellos mismos los afiches, abrazadas las artesanías y cargaban los equipos de un lado a otro. Mucho antes de los recitales en estadios, el rock argentino sonó en salas pequeñas de teatro independiente, como el Payrú, el Kraft, el teatro del Globo. Entre los músicos y el público no hubo diferencias sustanciales, y fue casi fortuito que unos estuvieran tocando sobre el escenario y los otros escuchando en la platea. En ese sentido, podría decirse que el rock se arraigó en la Argentina como expresión identitaria antes que como manifestación estética. No se tocaba rock: se era rockero.

Vox Dei en un Recital de los 70

Esto fue así hasta cierto punto- nunca faltan los matices-, pero es interesante comprobar que desde temprano circuló una narrativa autorreferencial, un virtual relato en off que fundó la leyenda del rock argentino. Ese relato más oral que escrito afirmó la memoria del rock nacional con un tono legendario similar al que apelo el tango cuando allá por los 30 despertó a la conciencia histórica, Pero mientras la leyenda del tango requirió de varias décadas para legitimarse como relato de fundación, la del rock se moldeo en muy pocos años y alrededor de una comunidad más bien restringida. A mediados de los ’60, la “música joven” era todavía un repertorio manipulado por la empresa Escala Musical.

Diez años más tarde, el rock contaba su historia a quien quisiera oírla. Ya tenía sus héroes mártires. Sus lugares sagrados y sus obras cumbres. Su oráculo más confiable (la música de Los Beatles y los Stones) y también sus desertores y “vendidos” a la música “comercial”. Se había desprendido del magma de las canciones banales de su tiempo (aunque ese desprendimiento no fue tan radical e irreversible como se quiso hacer creer) y había recorrido un camino de prueba y error (Los Shakers, Los Seasons, los Con´s Combos: ellos aun cantaban en inglés). Finalmente, el verbo en castellano los había iluminado. Demostrar que, aunque figuraran en los mismos bailes, Los Gatos y Almendra no eran iguales a Los Iracundos  y Pintura Fresca fue sin duda la batalla de independencia del rock argentino.

No puede entonces sorprendernos que una música que nació dándoles las espaldas a las instituciones, ahora se celebre a su misma con esa forma de memoria institucionalizada que es la muestra temática. Después de todo, ese relato que emociona a los veteranos y no deja de cautivar a los recién llegados  a la cultura del rock, es tal vez lo único que le da sentido de continuidad a una música que nació enfrentada a las tradiciones y hoy se reconoce en el espejo de la historia.
Por Sergio A. Pujol –  Debate – 26-03-04
Escritor Periodista – Autor de La Década Rebelde. Los Años ´60 en la Argentina

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