A pesar de estar consagrado en la Constitución Nacional desde 1853 el derecho al voto de la ciudadanía argentina, tuvo un desarrollo accidentado. Basta con recordar que recién a partir de la vigencia de la ley Sáenz Peña en 1912, las elecciones dejaron de ser una farsa. Seis décadas mas tarde de haber sido sancionada la Constitución.
No fue casualidad que al estar garantizada la voluntad popular, Hipólito Yrigoyen fue ungido presidente de la Nación en 1916, permitiendo el acceso al poder político de las clases medias desplazando al viejo patriciado de sus posiciones.
Pero estaban los que no se conformaban con éstos cambios y convocaban a no votar o votar en blanco, para oponerse al “parlamentarismo burgués”. Eran los anarquistas.
Con una larga y combativa presencia en nuestro país, por esos años el anarquismo tenía un fuerte predicamento en la clase obrera. Su desprecio por la política partidaria y su intransigencia lo llevó a confrontar también con los socialistas y comunistas que en parte compartían con ellos la vocación transformadora.
La primavera democrática yrigoyenista fue interrumpida por el golpe militar de 1930. Desde 1932 hasta 1943, los argentinos volvieron a vivir una parodia del sufragio. Retención de documentos, fallecidos que votaban, vuelco de urnas. El escepticismo llega a tal punto que las quejas se canalizan mediante las letras de tangos. Durante el decenio peronista (1946-1955) las mujeres consiguen el derecho al voto y el nivel de participación electoral vuelve a ser elevado.
En 1957, cuando el régimen militar que había depuesto a Perón convoca a elecciones constituyentes, el voto en blanco y la abstención superan a los votos positivos. La experiencia se repite en 1963 cuando el radical Arturo Illia es elegido Presidente de la Nación con sólo el 22% de los sufragios, seguido por el voto en blanco.
Cuando en 1973 el peronismo gana las presidenciales de ese año (Cámpora y luego Perón), hay sectores de extrema izquierda que plantean la abstención: “gane quien gane pierde el pueblo”; “ni golpe ni elección, revolución”, son las consignas que aparecen en muchas paredes.
Pero la masiva presencia ciudadana en los comicios, desoye ese consejo.
Con la recuperación de la democracia en 1983, sólo se abstiene el 14% (triunfo de Alfonsín). Veinte años más tarde (presidenciales de abril de 2003) el ausentismos trepa al 22,4%, casi tantos votos como los que obtuvo Néstor Kirchner. Pero sumando los distintos comicios provinciales a lo largo de 2003, la cifra de abstención, es más que preocupante: 32%. Un récord que supera a los promedios regionales del continente. El espíritu del “que se vayan todos” parece seguir rondando.
Libro Pintadas Puntuales – Roberto Bongiorno – Ángel Pizzorno – Testimonios – 2020