La riña de gallos arribó a nuestra América como consecuencia de la colonización española.
Previamente, esa práctica se había incorporado a las costumbres hispánicas luego de distintas migraciones a través de la geografía y el tiempo. Algunas investigaciones registran riñas de gallos en China hace más de veinticinco siglos. También en la India es una actividad de muy antigua data.
En Grecia se la conocía como alectriomachia, desde donde se supone, arribó a Roma. Desde la Ciudad Eterna se habría extendido a toda Europa y por supuesto a la Península Ibérica; las carabelas y galeones que navegaban al Nuevo Mundo, hicieron el resto.
Del cosmopolitismo de los hábitos galleros, puede dar fe Don Antonio Pigafetta, cronista del viaje que en torno al globo hicieron entre 1519 y 1522 Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Caboto, quien completó la aventura de la circunnavegación mundial. Pigafetta en su obra “Viaje alrededor del mundo” describe una riña de gallos que presenció en cercanías de la actual Manila (Filipinas) en 1521. Las reglas del combate descritas en ese lugar remoto y a comienzos del siglo XVI, son similares a las que en la actualidad se aplican en gran parte de los países en que se practica la riña y cuyo objetivo parece ser el mismo: obtener ganancias cruzando apuestas con los animales entrenados para ese fin.
Existen varias razas de gallos de pelea, pero lo fundamental es el entrenamiento, el cuidado y una alimentación balanceada. En general, se considera que está maduro para la lucha a partir de los dieciocho meses y se acostumbra revestir los espolones con una cubierta que puede ser de material plástico, hueso de pescado y también acero; para aumentar sus posibilidades combativas y también proteger el espolón natural. Si el combate se pacta con espolones sin cubierta, se le llama “a talón desnudo”. También existen regiones en que los espolones se arman con una suerte de “navaja”, alcanzando así el gallo una elevada capacidad de daño.
El enfrentamiento se libra en un espacio vallado que se llama gallera. En general éste consiste en un octógono de madera y lona de unos tres metros de diámetro, por sesenta y cinco centímetros de alto. Previamente, se pesa a los contendientes y se acuerdan las condiciones; incluyendo el tipo de espolón a usarse. El asalto puede durar de una docena de minutos hasta unos treinta; pero depende de la duración pactada. El combate finaliza antes de lo previsto, si uno de los luchadores se encuentra impedido de continuar o se lo retira del ruedo. Obviamente, el vencido arrastra en su derrota el dinero de todos los que apostaron a su favor.
La práctica gallera está muy extendida en todo el continente incluyendo los Estados Unidos; y con mucho arraigo en Latinoamérica. Por ejemplo en la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana), donde existe el Coliseo Gallístico Santo Domingo, administrado por empresarios privados. Pero en Argentina pese a leyes de antigua data que prohíben la actividad, sigue siendo un hábito muy practicado; en especial en el interior del país. Vale recordar que el primer “brete” porteño (ruedo) conocido, funcionó en la actual Plaza Miserere a partir del año 1760 y por otra parte, en la galería de ilustres propietarios de gallos, habitarían Martín Miguel de Güemes, Bartolomé Mitre y Nicolás Avellaneda entre otros. Como antecedente, podemos citar en nuestro país el reglamento que en el año 1861 impulsó el Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, Rafael Trelles. La norma no sólo establecía condiciones para el funcionamiento del espectáculo, sino que fijaba rígidas pautas de conducta a los concurrentes.
Pese a la popularidad de las riñas, entre las autoridades y en algunos sectores de la sociedad se desarrollaba una creciente toma de conciencia acerca de evitar el sufrimiento innecesario de los animales. En esa línea de pensamiento, el fundador de la Sociedad Protectora de Animales, Doctor Ignacio Albarracín, impulsó la primera ley proteccionista, identificada con el número 2.786 y conocida también como “Ley Sarmiento”, sancionada en 1.891 y cuyo título advertía: “Prohibición de Malos Tratos a los Animales”.
Pero una cultura tan arraigada como la gallera, no fue ni es fácil de erradicar. La realidad de la explotación a que es sometido el animal en los combates que se libran por dinero, no alcanza a generar una conciencia masiva e inclusive, se idealiza la relación del gallo con su amo:
“Me picaba la alpargata
como diciendo ‘patrón
ya sabe si anda sin plata”.
Cuenta un dolido gallero que “anda en la mala”, imaginando la solidaridad del animalito con su suerte, en la letra del tema “Pobre gallo bataraz” de Gardel – Razzano – Herschel.
Sin duda y salvando las distancias con el caballo o el perro, sobre todo porque la relación del hombre con éstos últimos es de otra naturaleza, el ave tiene una fuerte presencia en la vida del gallero. A tal punto que en una fecha cercana de la Argentina moderna como es el año 1954, debió ser sancionada la ley número 14.346 que entre consideraciones generales, prohíbe expresamente la práctica de riña de gallos u otros animales. De todos modos y a pesar de los arsenales existentes de leyes y ordenanzas contrarias a las riñas de gallos, éstas están lejos de haber desaparecido.
Prueba de ello son algunos movimientos registrados en ámbitos legislativos y judiciales; como el protagonizado en 1982 por un juez de Instrucción de Salta, que absolvió a varios organizadores de riñas de gallos clandestinas por considerar que dicha práctica era “… un viril deporte, costumbre noble y arraigada en la tradición argentina”. (1)
Basándose en ideas similares, en 1984 los diputados nacionales Evelio Zaracho y Hernán Bernasconi, presentaron un Proyecto para abolir la ley proteccionista n° 14.346, argumentando que la misma en su aplicación invadía las jurisdicciones provinciales. Y como para muestra basta un “botón”, es recordable el caso del comisario catamarqueño que pese a las prohibiciones, en octubre de 1993 organizó un reñidero en su pueblo (Chumbicha) y junto a más de sesenta asistentes, fue a parar entre rejas. En su defensa el uniformado argumentó que dicha velada tenía fines benéficos, ya que con lo recaudado se pensaba construir un nuevo destacamento. Un dato no menor, es que ese encuentro ilegal contaba con el aval de la municipalidad local (2).
La riña de gallos, las peleas de perros adiestrados, la corrida de toros o las carreras de galgos, continúan siendo una polémica realidad en gran parte de nuestra América, Europa y también en otras latitudes, con un final abierto.
1) Diario Clarín – Buenos Aires – 23-08-84.-
2) Diario Clarín – Buenos Aires – 28-10-94.-
Pobre Gallo Bataraz
Pobre gallo bataraz,
se te está abriendo el pellejo.
Ya ni pa’ dar un consejo,
como dicen, te encontrás,
porque estás enclenque y viejo,
¡pobre gallo bataraz!
Pero en tus tiempos, cuidao
con hacer bulla en la siesta,
se te paraba la cresta
y había en la arena un finao.
Y siga nomás la fiesta
porque en tus tiempos, ¡cuidao!
Era de larga tu espuela
como cola de peludo.
Y a’más de ser entrañudo
eras guapo sin agüeria,
porque hasta el más corajudo
sintió terror por tu espuela.
Si en los días de domingo
había depositada,
ya estabas de madrugada
sobre el lomo de mi pingo.
Había que ver tu parada
pocas plumas el domingo.
Y si escaseaba la plata
o andaba medio tristón,
entre brinco y reculón,
me picabas la alpargata
como diciendo: Patrón,
ya sabe si anda sin plata.
Pobre gallo bataraz,
nunca te echaré al olvido.
Pimenton y maíz molido,
no te han de faltar jamás.
Porque soy agradecido,
¡pobre gallo bataraz!
Estilo
Música: José Ricardo
Letra: Adolfo Herschel
Un Gallo para Esculapio
2017 – Argentina
Dirección: Bruno Stagnaro
Guion: Bruno Stagnaro, Gabriel Stagnaro, Sebastián Ortega
Reparto: Luis Brandoni, Peter Lanzani, Luis Luque, Julieta Ortega, Belén Blanco, Ariel Staltari, Andrea Rincón, Eleonora Wexler, Ricardo Merkin, Carla Pandolfi, Diego Echegoyen, Gabriel Almirón, Lautaro Delgado, ver 9 más
Serie de TV (2017-2018) – 2 temporadas – 15 episodios.
Nelson, un muchacho humilde, viaja desde el interior trayéndole un gallo de riña a su hermano. Al no poder encontrarse con él, emprende su búsqueda por el difícil escenario del conurbano bonaerense. Siguiendo las pistas sobre su paradero, se vincula con Chelo, gallero y jefe de una banda de piratas del asfalto. Pronto comenzará a sospechar que este personaje está vinculado con la desaparición. Decidido a descubrir qué pasó con su hermano, el joven se infiltra en la banda de Chelo y en el entorno del desaparecido. El estallido de una violenta guerra entre bandas rivales modificará todo el panorama para Nelson, y así su camino de descubrimiento se convertirá en el principio de un nuevo viaje que lo cambiará para siempre. (FILMAFFINITY)