En 1955, Alberto Olmedo llego a Buenos Aires sin un peso y enseguida empezó a trabajar como técnico en el viejo Canal 7. Algunos compañeros de aquella época- como el Vasco Luperena, Chocho Domínguez, Piruco Guerrero (fallecido) Cacho Tenore y José Pedro Voiro- brindaron los siguientes testimonios para el libro Queríamos Tanto a Olmedo, al igual que Hugo Sofovich, quien recuerda el nacimiento de Rucucu, el formidable presentador de Operación Ja Ja.
Piruco Guerrero: Olmedo conoció a mi hermano en el teatro La Comedia de Rosario, Pancho había ido allí con una obra española llamada Romerías, y el Negro era el jefe de la claque del lugar; enseguida se hicieron amigos. Al poco tiempo, en abril o mayo del 55, Olmedo se vino a Buenos Aires y Pancho- que ya estaba en la televisión- lo hizo entrar a Canal 7.
El Negro llegó realmente sin nada y se empleó en una zapatería en Cerrito y Rivadavia, habrá estado un par de meses limpiando vidrieras en el negocio, hasta que empezó a trabajar como switcher.
Cacho Tenore: Yo integraba la compañía que dirigía Pancho y también lo conocí en Rosario. Me acuerdo que le dijimos que por que no se venía a Buenos Aires para probar suerte.
Chocho Domínguez: El día que llegó estábamos con Pancho tomando café en el Paulista, serían las cuatro de la tarde y hacía un frio bárbaro. De repente, entra un flaquito media desabrigado – yo no sabía quién era- que se acerca a nuestra mesa y dice:
-Hola, Pancho…
-Negro… ¿Te viniste?
-Y… ¿No me dijiste que viniera?
Lo invitamos a tomar un café con leche porque tenía pinta de no haber comido desde hacía rato. Pancho le aconsejó que se consiguiera un laburo y que buscara un lugar para vivir. Ese día le arrimamos unos mangos para que aguantara un tiempo, no mucho porque nosotros también éramos unos secos.
Vasco Lumperena: A mí me lo presentaron en la casa de Piruco y de Pancho, recién llegado de Rosario. Olmedo nuca fue gordo, pero en esa época era mucho más flaco, piolín, pobre… Esa casa parecía una pensión, siempre estaba llena de amigos y nunca faltaba un plato de sopa en la cocina.
La puerta de calle no tenía llave, entraba y salía gente todo el tiempo. La madre de llos era un ser excepcional y tenía debilidad por el Negro.
El cuñado de Piruco, el pelado Cortese, trabajaba en el Lazareto Cuarentenario y también en la televisión. El pelado le sugirió que fuera a ver al doctor Gautier, el director del Instituto, porque el tipo tenía un sobretodo y un piloto para vender. Cuando lo vio llegar al Negro, a Gautier le dio tanta lástima que le terminó regalando la ropa. Por supuesto, el gabán le quedaba enorme, le sobraba un cuarto de las mangas y no digo que lo arrastrara pero más o menos.
Piruco: En esa época se podía entrar a la televisión como tiracables o como switcher, que era el encargado de seleccionar con una botonera que cámara salía al aire. Cuando entramos nosotros, había dos vacantes para switcher que ocupamos el Negro y yo; Lupereno entro como cameraman.
Nadie sabía mucho del tema, no había escuela ni nada parecido, te tenía un mes a prueba y chau, te largaban al ruedo. El Negro aprendió rápido el oficio y enseguida lo nombraron jefe.
Vasco: Yo siempre decía que si por casualidad declaraban en cuarentena a la Avenida de Mayo desde Salta hasta Virrey Ceballos, se paraba la televisión, porque todos vivíamos en esa zona.
Cacho: Éramos una barra muy unida, cuando salíamos de trabajar nos quedábamos en Los 36 Billares o en el Paulista como hasta las seis de la mañana. Llegábamos a ser diez o doce en una mesa, con dos cafés, porque no teníamos para más. Había una mishiadura bárbara, pero lo más importante eran los amigos y la alegría de vivir que teníamos.
Piruco: A la salida del canal, siempre tomábamos el 267(que ahora es el 67) a la una y media, dos de la mañana. Nos separábamos en parejas y sorteábamos: el que perdía, tenía que subir en calzoncillos al colectivo y el otro sacaba el boleto con los pantalones del compañero en la mano.
Lo cómico era ver la cara dde los pasajeros que se tenían que sentar al lado de uno de los que iba en calzoncillos. Todos muy serios, por supuesto.
Vasco: Los que se animaban a subir siempre sin pantalones eran Pancho Guerrero y Olmedo. Generalmente, atrás de ellos íbamos Piruco y yo con los pantalones bien doblados en la mano.
Sacábamos el boleto con la cara más natural posible: “Dos de cuarenta, uno para el señor y uno para mí”. La cara del colectivero cuando veía a dos tipos subir en calzoncillos y a dos atrás con los pantalones en la mano, era impagable. No había ánimo de ofender a nadie, lo hacíamos para pasar el rato divertido entre nosotros…
Piruco: Eramos cuatro estúpidos que hacíamos la misma payasda todas las noches.
(…)
José Pedro Voiro: En otra oportunidad, un 24 de diciembre al mediodía, fuimos todos los que hacíamos Joe Bazooka a comer Zi Teresa de la calle Las Heras para festejar la Navidad. Cuando estábamos por irnos, por esas cosas del destino, de la cocina sacaron una bandeja y dijeron: “Ya está listo el pavo” y lo pusieron sobre el mostrador. Olmedo, que pasaba justo, agarró las bandejas. Dijo: “¡Graciaaas!” y se afanó el pavo. Estuvimos una semana comiendo en la agencia.
Mller fue después a pagarlo y se enteró del despelote que se había armado, porque el pavo era para un ministro del Gobierno y hubo que conseguir uno a las apuradas. El cocinero no lo podía creer y repetia confundido: “Pero si yo lo puse arriba del mostrador y me dijeron gracias, ¿Quién se puede llevar un pavo de esa forma?”.
Ése era Olmedo, el único que podía hacer un disparate semejante.
(…)
Hugo Sofovich: En 1968, Operación Ja Ja era el programa cómico de mayor audiencia y ese año decidimos que cada semana un actor presentara los distintos sketches. Primero lo hizo Fidel, después Eddie Pequenino. Cuando le tocó al Negro, quiso hacer algo distinto; se apareció con una ropa extraña, un levitón, un sombrero, unos bigotes enormes y hablando un idioma raro. Acababa de inventar a Rucucu. Nunca más presento otro actor en el programa. Quedó Rucucu como presentador oficial de Operación Ja Ja.
Lo del idioma ucraniano nacio en el restaurante que estaba en la esquina del canal, adonde íbamos a almorzar durante las grabaciones. El dueño se llamaba Don Berto y decía: “ke va a komerrr señorrr”, con esa forma tan especial de hablar y de patinar el “señor” que Olmedo utilizó después como latiguillo. El viejo era todo un personaje. Por ejemplo, uno le pedía dos platos de ravioles con una mineral y Don Berto gritaba:
-¡Marchen dos platos de ravioles, una mineral y una botella de Borgoña Bianchi!
-No, nosotros no tomamos vino.
-No se preocupe, señor. Entonces traía la botella y se la tomaba él. En cada mesa hacia lo mismo, ponía una botella de Borgoña Bianchi y se lo tomaba. Olmedo le copio perfecto la forma de hablar.
El “rucucu” era una frase que el usaba para jugar con sus hijos. Todos los padres tienen una frase distinta para hablar con los pibes; Alberto les decía “rucucu”, que no quería decir nada especial.
Las presentaciones que hacía eran maravillosas, decía la verdad sobre el medio, deschavaba todo, besaba a los camarógrafos, le sacaba los libretos al apuntador, mostraba los decorados rotos, y la gente se enganchaba mucho con esa desmitificación de la fantasía de la tevé. También decía: “No toca botón”, que significaba: “No cambie de canal”; él pedía: “Por favor, no toca botón que mis hijos están pasando hambre”. Así nació la frase.
La Maga – 18-08-93