El gobierno del General Juan Domingo Perón iniciado en junio de 1946 y reelegido en 1952, mantuvo durante varios años, una relación cordial con la Iglesia Católica Argentina. Esa buena convivencia estuvo basada en afinidades ideológicas (el peronismo reivindica a la Doctrina Social de la Iglesia como esencia del pensamiento justicialista) y en algunas concesiones importantes, como la implantación de la enseñanza religiosa en la escuela pública decretada por el gobierno de facto en 1943, en el cual Perón era una figura clave.
Vale recordar que el país tiene una tradición laica en la educación pública y la enseñanza religiosa estuvo siempre acotada a los colegios confesionales. Pero a fines de 1954 esa relación se había tensado en medio de una atmósfera política enrarecida por la disputa entre gobierno y distintos sectores de la oposición. Perón había derrotado un alzamiento militar que intentó impedir su reelección en 1951 y en 1954 el clima conspirativo estaba nuevamente a la orden del día. Desde el oficialismo se denunciaba la prédica política de tono opositor que algunos sacerdotes hacían desde el púlpito y las diferencias con la Iglesia comenzaron a tomar estado público.
En junio de 1954 se había creado en Rosario (Santa Fe), el Partido Demócrata Cristiano (PDC). Esta agrupación se inscribía en una corriente internacional inspirada por el Vaticano y que en la Europa de post guerra se había convertido en una de las principales fuerzas políticas. En la Argentina de ese año, su predicamento era escaso pero agregaba un nuevo elemento en el creciente distanciamiento entre el gobierno peronista y la jerarquía eclesiástica. También era evidente la rivalidad entre la poderosa Unión de Estudiantes Secundarios (UES), encuadramiento estudiantil alineado con Perón y la Juventud de la Acción Católica Argentina; ambas entidades pugnaban por atraer a los adolescentes a sus respectivas filas.
El 10 de noviembre de 1954 el general Perón alude a las actividades presuntamente conspirativas de miembros de la Iglesia y días después, ingresan al Congreso Nacional para su tratamiento los proyectos de ley sobre legalización de la prostitución, divorcio vincular y equiparación de derechos de hijos considerados ilegítimos con los nacidos en matrimonio. También se eliminan feriados religiosos. Durante varios meses, la relación Peronismo – Iglesia es inestable pero con algún nivel de diálogo. Al promediar 1955 circulan panfletos sin firma que exhortan a los católicos a elegir entre “Cristo o Perón” y otros incitan a derrocar al gobierno. En mayo de ese año se suprime la enseñanza religiosa de la escuela pública y se debate en algunos ámbitos cercanos al gobierno, la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente que separe a la Iglesia Católica del Estado.
La cúpula católica convoca celebrar el Corpus Christi con una concentración el sábado 11 de junio (de 1955), a pesar de que la fecha religiosa era el jueves 9. El gobierno autoriza el evento para el día 9, pero los organizadores deciden hacerlo de todos modos el sábado 11. Ese día, después de celebrar el oficio religioso en la Catedral Metropolitana, una multitud estimada en más de 100.000 personas, se manifestó desde la Catedral hasta el Congreso Nacional. Las crónicas de la época destacan el carácter de “gente bien vestida” de los manifestantes, y la proliferación de banderas blancas y amarillas; los colores del Vaticano. Mientras la gruesa multitud se pone en movimiento, se improvisan los primeros cánticos:
“Somos el pueblo; somos el pueblo.”
Se ufana una parte de los manifestantes. Otro sector reclama cantando rítmicamente:
“Basta de terror; basta de terror.”
Aludiendo al presunto clima represivo imperante en el país y del cual culpan al gobierno. Las columnas se desplazan por Avenida de Mayo hacia el Congreso Nacional y las consignas van tomando un carácter abiertamente político:
“La policía es católica”
se escucha durante varios minutos cuando se cruzan frente a los escasos uniformados que vigilan la marcha; pero luego otros suben la apuesta apelando al sentimiento religioso de los militares:
“EL Ejército es católico; el Ejército es católico”
Gritan con entusiasmo miles de manifestantes, esperanzados en una rebelión castrense.
Los cánticos adversos al gobierno de Perón suben de tono a medida que la manifestación se desplaza y sus integrantes toman conciencia de su número. Frente al Congreso, se registra el confuso episodio de la quema de la bandera nacional. Allí un grupo de manifestantes habría sido, según las autoridades, el responsable de la destrucción de la Enseña Patria. Los opositores atribuyeron la provocación a agentes del gobierno. Luego de ese episodio, las columnas entonando sus cánticos hostiles a Perón retornaron a la Plaza de Mayo, donde se desconcentraron en orden.
El vandálico hecho provocó la inmediata reacción del gobierno que expulsó del país a los monseñores Tato y Novoa, sindicados como responsables de la marcha. El Vaticano responde excomulgando a quienes decidieron esa medida sin dar nombres. Cinco días después de la polémica manifestación político – religiosa, el jueves 16 de junio a las 12 horas 40 minutos, escuadrillas de aviones de combate que supuestamente iban a desfilar en desagravio al pabellón quemado, dejaron caer sus bombas sobre la Casa Rosada y alrededores, provocando centenares de víctimas inocentes. La intención del gravísimo atentado era matar a Perón y apoderarse del gobierno. Ambos objetivos fracasaron y los responsables huyeron a Uruguay.
Dos meses después una nueva sedición con eje en la Armada y sectores del Ejército tuvo éxito; el General Eduardo Lonardi fue designado presidente provisional de la Nación.
Libro Cánticos Populares – Roberto Bongiorno – Editorial Biblioteca Nacional – 2015