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Samuel Tesler y el Quimono
Samuel Tester, el Homenaje de Leopoldo Marechal - La Descripción del Quimono del Filósofo Samuel Tesler
Samuel Tesler y el Quimono

Samuel Tester, el Homenaje de Leopoldo Marechal
Escindido en dos a causa de la esquizofrenia, el poeta Jacobo Fijman adquirió también una tercera dimensión; la literaria. El escritor Leopoldo Marechal lo transformó en Samuel Tesler, uno de los personajes de sus novelas Adán de Buenosayres (1948) y Megafón o la Guerra (1970). “Yo he conversado mucho con él y sé que escribió Megafón…para rescatar a Fijman del manicomio en el que lo habían dejado en Adán. Siempre sintió que había cometido una injusticia dejándolo encerrado. Necesitaba saldar una deuda, sacarlo emblemáticamente de allí”, asegura Abelardo Castillo, escritor y amigo de Marechal.

A través del autor de Adán Buenosayres y Megafón a la guerra, Castillo descubrió la personalidad de Fijman, a quien también incluyó  (con el nombre ficticio de Jacobo Fiksler) en su obra El que tiene sed. Aunque sin ceñirse – intencionalmente- a la forma de ser escritor, rescató su figura de “viejo poeta” encerrado en un hospital e incluyó, modificados, algunos de sus versos.

“En cuanto a mí- especifica el autor de El que tiene sed- lo que me llevó a tomarlo como personaje fue una fotografía del poeta que Vicente Zito Lima publicó en su obra. El pensamiento de Jacobo Fijman o el viaje hacia otra realidad, Esa cara tan extraña, mezcla de locura y sutileza recóndita, de demoniaco y angélico, esa demencia extraña que está casi al borde de la lucidez absoluta”

Más recordado en la ficción que en la realidad, Castillo entiende que olvidar a los autores en una característica nacional. “Hay como un olvido permanente de nuestros escritores que, en muchos casos, hace que estos se retiren de la vida literaria. Leopoldo Lugones prohibió que se le hicieran homenajes, Benito Lynch se convierte al catolicismo tiene tendencia a ser olvidado por todos los judíos y, justamente por venir al judaísmo, no es mirado con mucho cariño por los católicos. Mas, si toda su vida fue un transgresor. Vale decir que Fijman se situó, justamente, en el lugar del olvido”
La Maga – 02-03-94 – Por J.C

Ilustración Miguel Lucero – 2022

La Descripción del Quimono del Filósofo Samuel Tesler
Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal- publicada por primera vez en 1948- fue considerada por escritores de la talla de Cortázar, García Márquez y Lezama Lima como una de  las obras esenciales de la novelística moderna de habla hispana. La obra narra la desopilante epopeya de Adán y sus amigos  por una Buenos Aires fantasmal en la que se mezclan con desparpajo y eficacia las aventuras de La Eneida. La Odisea y La Divina Comedia con las satíricas diletancias de los escritores martinfierristas. Un ejemplo del tono de la obra es la descripción- a la manera de lo que hizo Homero con el escudo de Ulises- del quimono de Samuel Tesler, coprotagonista de la obra y una versión marechaliana del poeta Jacobo Fijman.

“(…) El filósofo se sentó en un larguero de la cama, buscó afanosamente sus zapatillas y el ponerse de pie sufrió un cambio digno de su mudable naturaleza: el torso gigantesco de Samuel concluía en dos cortas, robustas y arqueadas piernas de enano. Al mismo tiempo el quimono chino que lo envolvía manifestaba todo su esplendor. Y ha llegado al fin la hora de que se describa tan notable prenda, con todas sus inscripciones, alegorías y figuras, porque, si Hesíodo cantó el escudo del atareado Hércules y Homero el de Aquiles que desertaba, ¿cómo no describiría yo el nunca visto ni siquiera imaginado quimono de Samuel Tesler?

Si alguien adujera que un escudo no es una ropa de dormir, le diría yo que una ropa de dormir bien puede ser un escudo, como lo era la de Samuel Tesler, paladín sin historia, que a falta de corcel jineteó una cama de dos plazas y cuya sola caballería fue un sueño tenaz con que se defendió siempre del mundo y sus rigores. El quimono era de seda color amarillo huevo, y tenía dos caras: la ventral o diurna y la dorsal o nocturna. En la cara ventral y a la derecha del espectador se veían dragones neocriollos que alzaban sus rampantes figuras y se mordían rabiosamente las colas; a la izquierda se mostraba un trigal en flor cuyas débiles cañas parecían ondular bajo el resuello de los dragones. Sentado en el trigal fumaba un campesino de bondadosa catadura: los bigotes chinescos del fumador bajaban en dos guías hasta sus pies, de modo tal que la guía derecha se atase al dedo gordo del pie izquierdo y la guía izquierda al dedo gordo del pie derecho del fumador. En la frente del campesino se leía la empresa que sigue: “El primer cuidado del hombre es defender el pellejo”. El área pectoral El área pectoral exhibía a un elector en éxtasis que depositaba su voto en un cofre de palo de rosa lustrado a mano: un ángel gris le hablaba secretamente al oído, y el elector lucía en su pecho la siguiente leyenda: «Superhomo sum!». En la región abdominal, y bordada con hebras de mil colores, una República de gorro frigio, pelo azul, tetas ubérrimas y cachetes rosados volcaba sobre una multitud delirante los dones de una gran cornucopia que traía en sus brazos. A la altura del sexo era dado ver a las cuatro Virtudes cardinales, muertas y llevadas en sendos coches fúnebres al cementerio de la Chacarita: los siete Pecados capitales, de monóculo y fumando alegres cigarros de banquero, formaban la comitiva detrás de los coches fúnebres. En otros lugares de la cara ventral aparecían: el preámbulo de nuestra Constitución escrito en caracteres unciales del siglo VI; los doce signos del Zodíaco representados con la fauna y la flora del país; una tabla de multiplicar y otra de sustraer, que resultaban idénticas; las noventa y ocho posiciones amatorias del Kama Sutra pintadas muy a lo vivo, y un anuncio del Doctor X, especialista en los males de Venus; un programa de carreras, un libro de cocina y un elocuente prospecto del «Ventremoto», laxante de moda. La cara dorsal o nocturna del quimono, la que Samuel Tesler exhibía cuando se daba vuelta, lucía el siguiente dibujo: un árbol cuyas ramas, después de orientarse a los cuatro puntos cardinales, volvían a unirse por los extremos en la frondosidad de la copa. Alrededor del tronco dos serpientes se enroscaban en espiral: una serpiente descendía hasta esconder su cabeza en la raíz; ascendente la otra, ocultaba la suya en la copa del árbol, donde se veían resplandecer doce soles como frutas. Cuatro ríos brotaban de un manantial abierto al pie del árbol y se dirigían al norte, al sur, al este y al oeste: inclinado sobre el manantial, Narciso contemplaba el agua e iba transformándose en flor.”
La Maga – 14-06-95

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