De algún modo, me identifiqué. Sucede que, ella es una mina a la que no le importa nada; ella es una habitué cualquiera de ese barcito de Palermo Hollywood -antes, un simple Palermo viejo- en el que esos empedrados aggiornados de olvidados barrios, de golpe, muy de golpe, vislumbraron y adornaron esas mesitas con sillitas en derredor, ambientadas por culos amoldados y automóviles modernos llenos de supranacionales tecnologías que todo -absolutamente todo- lo hubieron de dominar.
Ella posee aritos, piercings y tatuajes hasta en el medio de sus cantos que todo lo vociferan y muestran al son de su continuo larga duración que amanece sobre colchones refractarios de calentura.
Infiero que, sus casi trastabilladas pieles carnosas ya no utilizan megáfonos expositores de imágenes para esas tapas de revistas que todo lo venden. Sin embargo -debo reconocer- que en los tiempos que corren -casi vuelan- las olas de photoshops son una especie avasallante y paradójicamente normal y desapercibida sobre cómo funcionan las cosas. Todo semeja ser igual de novedad y monotonía, aun así, su imagen de mujer desprejuiciada y envalentonada en años, me llega como si fuese un ignoto adolescente en la maraña buscadora de recuerdos eternos.
No alcanzo a comprender la locura de lo que nos sucede o simplemente sucede a mi persona, pero cada vez que nos trastoca la realidad del encuentro, nos firuleteamos la embestida, para terminar enroscados en esas raras charlas del no encontrar lo que buscamos ¿Y qué es lo que buscamos?…
Nunca se sabe… o mejor dicho nunca alcanzamos a clarificar lo sustancial de ese indicador orientador satisfactorio en nuestras necesidades inmediatas. Pero siempre terminamos cogiendo y puedo asegurar que lamento sobremanera no haberme enamorado de ella. Ella es la sensación total en la cama y sus gestos vocalistas exhalan en el momento justo ese vapor contagioso del que todo siga in eternum como una inmensa e incesante calesita cuya sortija embocase indefinidamente ese dedo placentero del final sin final.
Ella dice que no ama ni me ama… y a mí, me pasa lo mismo, y la dejo hacer con mi cuerpo lo que le plazca, ya sea con su lengua, con sus manos, con sus uñas, con sus acariciadas palabras que todo lo corrompen dentro de mis Ser… Y yo no soy menos, ella se abre de piernas como una planta de pimpollo frente a los rayos del sol esperando esa estocada lumínica que brotase y exprimiese al mismo tiempo todos esos jugos procreadores de vida existencial.
Muchas veces nos decimos al unísono que no sabemos explicar lo sucedido entre ambos, y ese protocolo inexistente de apuntadores, nuevamente queda expectante de un nuevo encuentro.
Yo creo que lo nuestro es una especie de liturgia sin iglesias ni un carajo que admite lo más sacrílego del sentimiento carnal que todo lo permite aún en los estados de ánimo más adversos, más impacientes de arbitrariedad florecientes de piel.
Ella me dice todo el tiempo que siente conmigo un estado matemático ineludible de rasgar con sus uñas sentimentales, mis carnes de bebé recién abandonado de pañales –a mí me impactan sus asombrosas metáforas- y que su 0 (cero) es un irremediable reconocimiento del saberse una inexperta recién despertada de su letargo existencial; también hace su impecable hincapié alrededor de esos cuatro dedos que me los enrostra ocultando su delicado pulgar mientras me dice que cuando hacemos el amor en ese sucucho albergue palermitano, que mis orgasmos llenos de soltura agitada solamente son una exigua sombra de los cuatro suyos al calor del contacto de su piel con la mía. Su último cuatro al calor de sus gemidos, gestos, escasas palabras al respecto y pieles reflejantes inundadas de contacto entre ambos, es esa película porno que filma y filma hasta ese próximo capítulo y ella arrodillada sobre esa inmensa cama hotelera cuyos dos brazos sostienen sus perfectos senos colgantes llenos de pezones hambrientos de caricias lengüeteras y sus piernas en sus noventa grados exactos esperan mi detrás delantero hamacador en donde nos surge decirnos de todo hasta ese nuevo 0-4-4 exhalado al vapor de su excelente ejército dental que todo lo refresca en mi incesante deseo de disfrutarla.
De Pablo Diringuer