Generación de Dulces Ideales y Tormentosos Destinos
Pertenecer a una generación idealista es un poco demodé en estos tiempos de toma y daca, de culto al amor propio y de escasos sueños compartidos. Más allá de que somos hijos del progreso, y más allá de que el horizonte más cercano es la eternidad que cabe en las creencias, o en todo caso es la necrológica que nos nombra sin eufemismos, es bueno pertenecer a una generación idealista. Un poco porque nos identifica, algo así como ser parte de un grupo de pertenencia que conoce la ausencia de libertades, la omisión de derechos e incluso las prohibiciones más simples como leer un determinado libro o mirar una película que alguien dijo que no por el solo hecho de despertar el debate de ideas o sencillamente porque los autores estaban prohibidos. Pertenecer a los Noes impuestos por medio de la fuerza, de algún modo nos ha definido como eternos rebeldes que buscan explicaciones existenciales en los umbrales de los abismos y entonces como dijo la gran Eladia hay que honrar la vida, y la honramos incluso en el epitafio que nos distinguirá algún día.
Epitafio
¡Oh, dulce sensación
de honrar la vida
que resiste
el zumbido
de la última hora
desgajándose
en la nada
cual necrológica
latente
sobre la tierra
de los vivos!
Es el epitafio
de nuestra juventud
el dolor
que se alza
y la supervivencia
que nos fortalece
a pesar
del sin sentido
o tal vez
es mi mirada
un tanto aguada
de fríos extintos
luchándole
a la noche
para convertir
los ideales
en luciérnagas
de otras sombras
vivas y no vivas.