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Martín Fierro: El Ser y el Querer Ser
Distintas Miradas en Diferentes Épocas - Está considerada la obra más representativa de la literatura argentina
Martín Fierro: El Ser y el Querer Ser

Las notas que siguen expresan distintas miradas en diferentes épocas, de la obra considerada cumbre de la literatura argentina: Martín Fierro. Los calificativos cuando de arte se trata son siempre subjetivos, por tal razón, discutibles. Las primeras ediciones de la obra, muy popular en la campaña argentina, generaron a partir de 1872 el asombroso fenómeno de demandar varias ediciones en un país con alto grado de analfabetismo. La segunda parte, llamada La Vuelta de Martín Fierro, es de acuerdo a algunas opiniones, la que alcanza la mayor calidad poética y también la universalidad del personaje. La obra completa (primera y segunda parte) fue traducida a muchos idiomas y aún hoy en el año 2020, sigue siendo un libro de venta regular, materia de estudios universitarios, tema de debate en círculos especializados, eventos literarios, homenajes de centros tradicionalistas y actos escolares.

Su proyección alcanzó todas las artes conocidas: pintura, ilustraciones, cine, música, historietas, obras literarias derivadas del poema original y cuanta creación fuera susceptible de ser vinculada o inspirada en el poema de José Hernández. La riqueza temática, que excede largamente la pintura costumbrista rural o la denuncia por los padecimientos del personaje, se presta a discusiones que van de la coyuntura social y política al análisis filosófico, todo ello enmarcado en un fresco histórico que no descuida detalles. Hernández presiente la trascendencia de su trabajo: “Ellos guardarán ufanos / En su corazón mi historia/ Me tendrán en su memoria / Para siempre mis paisanos.” A casi un siglo y medio de ser editada la Primera Parte y un poco más de la segunda (La Vuelta), la vigencia de esta obra sigue siendo indiscutible y la profecía de su autor, cumplida. A pesar de los años, de la globalización cultural, de las crisis editoriales, en los lugares más remotos de nuestro país y en los barrios más exclusivos, siempre habrá alguien dispuesto a recitar algunos versos del Martín Fierro.

Martín Fierro: el «ser» y el “querer ser”

El Gaucho Martín Fierro está considerada la obra más representativa de la literatura argentina. A tal punto que la fecha de nacimiento de su autor, José Hernández, fue declarada Día de la Tradición. (10 de Noviembre).

Es un extenso poema que consta de dos partes: La primera, El Gaucho Martín Fierro, está formada por 13 cantos con estrofas de seis versos (sextinas), de ocho sílabas y con rima consonante. La segunda parte, La Vuelta de Martín Fierro, son 33 cantos de estructura similar. La parte I se publicó en 1872 alcanzando un extraordinario éxito de público para la época. La parte II (la definitiva) aparece en 1879. El poema está narrado en general, en primera persona; en el lenguaje común del hombre del campo bonaerense. Por su forma y algunas convenciones de estilo, se inscribe en la tradición gauchesca que iniciara el poeta oriental Bartolomé Hidalgo con sus Cielitos y Diálogos Patrióticos, durante la Guerra de Independencia. No obstante, Martín Fierro produce una ruptura formal con el género gauchesco tradicional (por ejemplo, reemplazo del diálogo por el monólogo), profundidad de contenidos y un nivel estético que lo distancia claramente de sus antecesores.

Comienza el poema con el tono de un payador o un trovador («Aquí me pongo a cantar…») y va describiendo con fuerza irresistible las desgracias que el nuevo orden social y económico acarrean al hombre rural; en contraste con una imprecisa época donde el gaucho era respetado y considerado. Fierro como tantos otros, es arrancado de su casa, de su familia y mandado a servir a la Frontera. Cansado de sufrir el maltrato y pérdida la esperanza de ser reintegrado a la vida civil, decide desertar. Cuando llega a su casa se entera que la familia ya no existe (la mujer se le fue, los hijos andan sirviendo o mendigando por las estancias y le han quitado sus modestos bienes), «Y que iba a hallar al volver; tan solo hallé la tapera». Ahí inicia su vida de matrero. Mata a un moreno en un baile; a otro en una pulpería y finalmente cuando la partida lo acorrala, el sargento que va a detenerlo (Cruz) se alinea con él combatiendo a su lado. Ambos huyen.

Hasta aquí, la descripción de la obra. Pero esto no explica la asombrosa repercusión lograda por el poema. Es cierto que Hernández, profundo conocedor de la vida y la cultura gaucha, armó su obra con una estructura payadoresca (fácil de musicalizar y cantar) y utilizó el habla, los giros idiomáticos y el refranero rural; también la edición en rústica, facilitó la difusión rápida del poema.

Pero a estos elementos hay que sumarle una cuestión clave que consiste en lo que cuenta y cómo lo cuenta Martín Fierro. Allí se describe el traumático disloque de las relaciones sociales y políticas en la Campaña, que comienzan con la caída de Rosas en 1852 y se intensifican a partir de 1861 cuando desaparece la Confederación Argentina bajo la presión del capital financiero vinculado a los servicios y los fusiles del despotismo porteño. El sostenido ingreso de nuestro país al mercado mundial, exige nuevos espacios, nuevas relaciones del trabajo y una férrea disciplina social, para cumplir el proyecto modernizador que encarnan los triunfadores de la batalla de Caseros (1852).

Por eso la necesidad de exterminar al indio y domesticar al gaucho, son dos caras de una misma moneda. Fierro pasa a ser la figura mítica que representa a miles de argentinos que padecen esa condición: «El ser gaucho es un delito…».

Pero además de la denuncia por la indefensión que padece la gente, de abogar por una solución racional e integradora al problema de las fronteras y la invocación a un Estado ausente, Fierro encarna también un sistema de valores, una ética y una Conciencia Nacional. Virtudes que aparecen a veces, brutalmente contrapuestas con la realidad. Como en el combate con la partida, cuando en la fracción de segundos que media entre el impulso al cuchillo y el hundirse éste en el pecho del enemigo, alcanza a apiadarse del soldado y murmura «Dios te asista»… y lo mata.

Es que esta paradoja, esta contradicción entre el «ser» y el “querer ser”, se inscribe en la misma línea de resistencia que encarna Don Quijote de la Mancha. Ambos, el gaucho argentino perseguido y el Hidalgo español, representan esa lucha despareja y desesperada entre la dignidad, la solidaridad y esas Fuerzas Oscuras, avasallantes, precariamente denominadas Progreso.

Por Ángel Pizzorno

LOS CIEN AÑOS DE MARTÍN FIERRO

En 1972 se cumplió el Primer Centenario de la publicación de Martín Fierro. El poema por lo complejo de su temática, por la multiplicidad de enfoques que provocó a lo largo del siglo de vida y particularmente por la vigencia y popularidad de la obra, sigue siendo materia de análisis y discusión para los especialistas y una síntesis de valores éticos e identidad cultural para muchos argentinos. Las notas que siguen, publicadas en un contexto de intensa politización (como era la Argentina de 1972) son una muestra cabal de lo dicho anteriormente.

UN ARMA CONTRA LA OPRESIÓN

La encuesta sobre Martín Fierro recibe en este número los aportes de Ernesto Goldar y Guillermo Gutiérrez. El primero es autor de Peronismo y Antiperonismo en la literatura argentina; el segundo dirige la revista Antropología del Tercer Mundo.

Tres civilizaciones básicas transparentan la lectura sociológica del poema: la sociedad ciudadana y la sociedad indígena que se enfrentan entre sí polarizando una doble exclusión. El exterminio del indio y la represión de la sociedad campesina con el soporte de aparente derrota que conmueve la epopeya. A su vez, la perspectiva sociológica se organiza sobre tres períodos históricos perfectamente delimitados: a) la época del incipiente industrialismo agropecuario que corresponde al arquetipo del gaucho «peón», b) la situación inmediata a Caseros que destruye la industria nativa abriendo bruscamente el proceso de colonización capitalista, emblematizando la figura del gaucho «milico», c) la correlativa rebeldía que el gaucho «matrero» asume. Sobre estos elementos estructurales trataremos de subrayar el tema de Martín Fierro como una dinámica organizativamente su propuesta política final.

Una breve observación se impone: el proletariado argentino no nace -como sostiene la línea unitaria de derecha o de «izquierda»- con los establecimientos fabriles cercanos a 1870. Los obreros -aquellos que disponen para vender sólo su fuerza de trabajo- absorben una larga etapa, que precede a la urbanización, trabajando en la estancia, empresa ganadera en gran escala destinada a la exportación. Allí el peón se desempeña con destreza en las infinitas tareas rurales.

La estancia es la fábrica de esos tiempos, institución nacional que se opone a las diversas formas de especulación mercantil típica de las ciudades y desarrolla una tendencia progresista en la economía argentina. Es verdad que ya para esta época, donde Juan Manuel de Rosas orienta desde el poder el destino capitalista ganadero del país, han pasado al olvido los tiempos de la Colonia, cuando la tierra y el ganado cimarrón no eran de nadie. Ahora la tierra es ajena y el gaucho debe conchabarse por salario. Pero la nueva burguesía ganadera rosista que engendra al proletariado rural como polo de su mismo proceso obtiene la adhesión de éste durante treinta años.

El Martín Fierro comienza e insiste en la memoria idílica de ese período que pasó:

«¡Ricuerdo!… ¡qué maravilla!
Como andaba la gauchada
Siempre alegre y bien montada
Y dispuesta pa´el trabajo…»

La estancia de los años cuarenta que describe Fierro es la de altos salarios, en una etapa donde la demanda es superior a la oferta de brazos, como corresponde a toda economía capitalista en ascenso. Entonces el gaucho-peón podía vivir con cierta independencia económica ya que disponía de un lote para levantar su rancho, de un pequeño rodeo de vacunos o lanares y de tropilla («El gaucho más infeliz / Tenía tropilla de un pelo»), ya que era costumbre contratar al peón y su instrumento de trabajo. «Tuve en mi pago en un tiempo / Hijos, hacienda y mujer», contará Fierro y este conjunto de elementos sociales arrima al canto ese tono nostálgico por el paraíso perdido:

«Era una delicia ver / cómo pasaba sus días». Son los buenos años de la política popular de Rosas que vivieron Fierro, Cruz y Vizcacha, desintegrados de pronto cuando Caseros instaura la aristocracia mercantil portuaria. En otras palabras: el desarrollo burgués a la europea. Buenos Aires, interpretando la codicia de los especuladores, desata una cruenta guerra social, primero contra el indio y luego contra el gaucho. En esta vasta operación de despojo utiliza a uno contra el otro. El indio, para quien la idea de reproducción de riqueza es completamente ajena, vive en un sistema de cooperación primitiva donde el robo de ganado que proporciona el malón satisface los instintos elementales.(«Luego la matanza empieza» -recuerda Fierro- «Tan sin razón ni motivo / que no queda animal vivo / De esos miles de cabezas»). La civilización blanca pasa a la ofensiva y destruye a los antiguos habitantes de las pampas, convirtiendo a los fortines en grandes estancias.

Al mismo tiempo, apunta las carabinas contra el criollo: «El ser gaucho es un delito», declara el cantor para esa época. El poema denuncia minuciosamente todo el aparato opresivo que cae con violencia sobre los dominados: Ahí está el Alcalde, el Comandante, el Juez de Paz, la justicia ordinaria, el azote, el cepo, la estaqueada y las represiones en masa que el contingente de frontera patentiza («Porque ya no hay salvación / y que usted quiera o no quiera / Lo mandan a la frontera, / o le echan a batallón»). Se quiere liquidar físicamente al gaucho como tipo social y la «ley de vagos y mal entretenidos», el trabajo obligatorio y las levas enfatizan la sentencia que

Hernández pone en boca del Negro: «La ley se hace para todos / más solo al pobre le rige». Pero la respuesta de los oprimidos nunca será pasiva: ni Fierro ni Picardía aceptan el fraude electoral montado por la autocracia mitrista. El hijo irá injustamente a la Penitenciaría y se lo estaqueará «por anarquista» y a Fierro lo acusan de «servir a los de la exposición». Políticamente son federales que se niegan a la farsa de las elecciones amañadas.

La acumulación capitalista necesita de la violencia. La militarización brutal del gaucho implica el robo «legal» de sus pocas tierras, la expropiación de ganado y tropilla y el envío -estrategia de separarlo políticamente como masa opositora- hacia la frontera, volteando su rancho y dispersando a la familia. «Tan sólo hallé la tapera», dice Fierro cuando vuelve luego de tres años de los toldos a los que había emigrado prefiriendo el infierno indio al infierno blanco: «Pues infierno por infierno / prefiero el de la frontera». Idéntico despojo no olvida Picardía y los hijos de Fierro, como surge de estos versos del menor: «Así pues, dende chiquito / Volé como pajarito / En busca de que comer». Así aparece el «despochado» en la literatura argentina («Ya no tenía ni camisa / ni cosa que se parezca»), prototipo de la organización de la pobreza que el nuevo sistema basado en la desposesión violenta de enormes masas de bienes descarga sobre el ejercito rural de reserva que debe venderse por salarios «libres». Ante la embestida letal del capitalismo, la familia campesina se desintegra y «los hijos se dispersan como cuentas de rosario» en la vorágine de la competencia.

¿Qué significan en este contexto los «consejos del Viejo Vizcacha» sino -como dice Eduardo B.

Astesano en su excelente libro Martín Fierro y la Justicia Social- la absorción del golpe, «la maniobra para evitar lo más aceptando lo menos» como filosofía práctica de supervivencia ante una autoridad omnipotente e injusta?. El «hacete amigo del juez» de Vizcacha o la confesión de Cruz, «Yo sé hacerme el chancho rengo / cuando la cosa lo exige», no son opciones, como se ha querido ver, a la conducta de Fierro o del mismo Cruz. Muestran la dualidad de toda resistencia que oscila entre la contestación directa a la opresión que parte del facón de Fierro a la adaptación forzada al programa individualista burgués que invade la campaña y contagia como la peste a los explotados. Porque la ruina del gaucho, según las directivas de la porteñada soberbia , especuladora y rica, se cumple inexorablemente; y así lo dice Cruz:

«Le advertiré que en mi pago
Ya no va quedando criollo
se los ha tragado el oyo,
o juido o muerto en la guerra».

¿Qué es esencialmente Martín Fierro, además de peón y milico? Es un payador (Dende el vientre de mi madre / Vine a este mundo a cantar») que vocea en las pulperías el lenguaje y estilo proletario que no entiende el pueblero «estruído». Es payador porque predica cosas «con fundamento» entre esa colectividad arrinconada por el desprecio capitalista. Quien no canta cosas de «fantasía» es un agitador que descree de las intenciones del gobierno cuando exige «casa, escuela, iglesia y derechos» para sus compatriotas: «De los males que sufrimos / hablan mucho los puebleros». Incluso en las apelaciones místicas que abundan en el poema («Espero en Dios que esta cuenta / se arregle como es debido») la relación con Dios es personal, saltando por encima de la Iglesia como liturgia. El criollo cree en los hombres, no en las instituciones. Y así profetiza sobre el argentino que vendrá en un futuro incierto «en esta tierra a mandar». Recuerda a Rosas y a los caudillos, es cierto, pero la historia de los trabajadores argentinos confirma el anticipo:

«Su esperanza no la cifren
Nunca en corazón alguno
En el mayor infortunio
Pongan su confianza en Dios
De los hombres, solo en uno
Con gran precaución en dos.»

Los consejos políticos de Fierro a sus hijos y Picardía, en su carácter de padre perseguido, son un mensaje para los expoliados que ya estaban en la conciencia popular creciente:

«Pues son mis dichas desdichas
las de todos mis hermanos
Ellos guardarán ufanos
En su corazón mi historia.
Me tendrán en su memoria.
Para siempre mis paisanos».

¿Qué es finalmente el «matreraje»? Será con seguridad -siguiendo la estructura estéticamente abierta de la obra y procesando su significación- una tarea política clandestina que a Fierro se le escapa cuando les dice: «Si se arma algún revolutis / Siempre han de ser los primeros» ligada a las consignas organizativas que la acción popular reclama:

«Mas no debe aflojar uno
Mientras hay sangre en las venas
Vamos suerte, vamos juntos,
dende que juntos nacimos
y ya que juntos vivimos
sin podernos dividir…
Yo abriré con mi cuchillo
el camino pa´seguir.»


Ernesto Goldar
Primera Plana – 1972

POEMA DE LA LIBERACIÓN

Creo, como dice Gelman en un número anterior de PRIMERA PLANA, que no hay mucho nuevo que decir sobre Martín Fierro; agregaría yo, sin hacerse uno cómplice de la tarea de transformarlo en un gran lugar común, vivido en la esterilidad de las academias o los cenáculos de entendidos. En estos días de «centenario» pueden o podrán verse numerosos ejemplos de esta cuidadosa labor depredatoria. Ocurre que las clases dominantes, por boca de sus «ilustrados», han aprendido la conveniencia de vivir como cosa propia, sólo que afeitada, perfumada y bien peinada, la obra de Hernández, que fue concebida en contra de ellos.

Hace unos años en Washington se probó algo de esto. En una alocución titulada «Argentina age of progress 1862/1912», un profesor norteamericano indicó que en esa época las generaciones que gobernaron al país lograron un notable progreso económico, aunque el fenómeno provoca situaciones como las que describe el Martín Fierro. Instantes antes se había dicho que la filosofía del poema era la hidalguía y la amistad (La Nación, 23 de mayo).

Esas dos opiniones resumen bastante bien la mistificación de que ha sido objeto la obra de Hernández; el personaje, el cuchillero del siglo pasado, es el arquetipo del gaucho, aferrado a un tiempo muerto, poco creativo y que no alcanza a admitir las ventajas del nuevo orden que va imponiendo la metrópoli; será eliminado por la lógica implacable de la historia, en aras del progreso.

En ese punto, el pensamiento de la izquierda liberal coincide: el gaucho sucio, vago y mal entretenido, según atestiguan los numerosos viajeros de la época, es un desclasado, como los cabecitas negras del 17 de octubre. «El nostálgico retorno al gaucho que nos proponen ciertas corrientes nacionalistas… (es) una forma sutil de expresar su obstinada oposición a todo desarrollo progresista y a toda idea de avanzada, tildada de antinacional y extranjerizante» (Samuel Scheneider, Proyección histórica del gaucho).

Ese es el fundamento de cómo se vive al Martín Fierro desde su aparición: políticamente. Su argumento no es una mera protesta, sino una crónica de lo que sucede a partir de la caída de Rosas. Es decir, enfrenta dos situaciones políticas: un gobierno que defiende los intereses de la Nación y un régimen que consiente su avasallamiento. El enfrentamiento es mostrado en su expresión más dramática, la situación del pueblo, que en su destino de pobreza y opresión desnuda la realidad del «progreso».

Hasta qué punto este es antagonismo social vivido por las masas, y en que medida Hernández lo refleja, lo indica la rápida y extraordinaria difusión de su obra a nivel popular. La individualidad del gaucho perseguido se disolvió rápidamente en el patrimonio cultural del pueblo, en el trasfondo de la voluntad combativa.

El valor político de la obra pasó a ser no tanto lo que decía, sino la forma en que se iba consolidando como parte de las masas, una mínima parte de la cual aflora, por ejemplo, en el cancionero anónimo que recoge las palabras y las actitudes de Martín Fierro; es la expresión de una forma profunda de vivirlo, aun por parte de los muchos que, seguramente, no lo leyeron.

Es decir, que el Martín Fierro generó dos formas de vivirlo, ambas políticas: las clases dominantes, en el transcurso del tiempo, lo esterilizaron en un arquetipo romántico pero también demostrativo de una forma arcaica de la mentalidad popular, un subproducto de la historia que debía ser eliminado fatalmente, que se rescata en su belleza poética y en su pintoresquismo folklórico, pero despojado de su contexto histórico real; el pueblo lo vive como el testimonio que se reproduce en la lucha cotidiana, actual.

Creo que ése es el paralelismo que hay que establecer hoy. En esto hay un cierto peligro de caer en el formalismo, por ejemplo, de establecer similitudes con la canción de protesta. En 1872, el «show business» seguramente no estaba tan desarrollado como hoy en día, por lo que la obra de Hernández tuvo cierto tiempo antes de comenzar a ser mistificada. No ocurre hoy lo mismo, cuando la canción de protesta es parte del engranaje del sistema, se difunde por los medios masivos y cada uno puede asistir por la televisión, o en el teatro, a una presentación, cantada de la revolución por una módica suma (de dinero y de compromiso personal).

Eso sí, hay otra canción o poesía de protesta que uno encuentra que se está gestando en muchos lugares del país, que expropia los ritmos difundidos por la radio o las grabadoras, les pone letra y circula anónima llenando un cometido ya no de protesta sino de acción.

Pero si queremos encontrar un paralelo, creo que es mejor ser cómo el Martín Fierro se reproduce en los actos, en los actos políticos del pueblo, en la clase trabajadora, en la literatura apretada y anónima de las «pintadas», en las consignas por la liberación, por el socialismo; al margen del homenaje esterilizador que le harán los académicos, el pueblo genera un homenaje permanente, que es la reproducción de la voluntad de lucha contra los opresores que canta Martín Fierro.

Guillermo Gutiérrez 
Primera Plana – 1972

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