A este tema de la identidad nacional también se refirió Terbalca durante la entrevista ya recordada en esta investigación. «La Argentina -dijo en esa oportunidad- es el país que más psicoterapeutas tiene en el mundo y es al mismo tiempo la única sociedad que renuncio a sus expresiones culturales. Uno ha visto durante décadas la gente deambular por los consultorios buscando como vivir, como sentir la vida, dentro de una cultura que se ha centrado en la comida y en el consumo de productos culturales externos (muchos de ellos valiosos, sin duda). Lo que se perdió fue la capacidad orgiástica, la de cumplir una fiesta desde la tradición cultural, desde adentro hacia afuera. Pichón Riviere hablaba de la necesidad de pertenencia. La búsqueda compulsiva de esa función, la búsqueda de una identidad, es eso en lo que consisten muchas veces los trabajos de psicoterapia»
Permítasenos una reflexión personal. Cuantas veces uno ha debido asistir a ese tristísimo espectáculo protagonizado por un colectivero, un muchacho más bien joven, perteneciente al grupo que con la llegada del peronismo fue bautizado como “cabecita negra”, sin dudas descendiente de esos inmigrantes internos fanáticos de Antonio Tormo, escuchando a un volumen insoportable música rockera en inglés. Y uno en esos casos se pregunta, ¿qué entenderán de esas letras, de lo que dicen esos cantantes que más bien se asemejan a perros ladrando? ¡Que tristeza provoca contemplar esos rostros que todavía, a pesar del mestizaje, guardan la nobleza de sus rasgos indígenas, olvidados de la picardía de sus gatos, de la nostalgia de sus chacareras, de la aristocracia de sus zambas! Esto es perdida de la identidad nacional, es quedarse sin raíces, desamparado, frustrado.
Volvamos a Terbalca, quien en el reportaje ya indicado refiere, al respecto, de sus alumnos de la Universidad del Tango “se ofenden cuando vemos una unidad temática, en la materia que doy, llamada “Los restos de la identidad”. Ellos dicen que si lo que hay son solo restos, nosotros somos restos humanos. Lo que hay es un residuo social en torno al tango, pero no es más un factor social.
Y hay un test que hice reiteradamente: si uno en una reunión social en Buenos Aires pone un tango, recibe un fuerte rechazo. Si hace lo mismo en otro lugar del mundo, la gente mira con respeto y hace silencio. Acá si pones un tango en un asado, te gritan ¡che, déjate de joder, sacá eso! Allá, fuera de la Argentina, hay la admiración por algo exótico, algo que siempre gozó de prestigio. Acá socialmente lo seguimos asesinando, aunque el tango haya sobrevivido en algunos pequeños bolsones”.
Albeto Penas – Recopilación Antológica para una Sociología Tanguera – Corregidor – 1998